«No se necesita una persona mala para servir en un mal sistema. La gente común se integra fácilmente en sistemas malévolos”.
Stanley Milgram fue un psicólogo que hizo estudios relacionados con la obediencia a la autoridad. Algunas personas que me conocéis sabéis lo curiosa que soy. Me encanta leer, aprender e indagar sobre todo lo que tenga que ver con la infancia y el desarrollo en general.
Mi curiosidad me llevó hace tiempo a comenzar Psicología y este fue uno de los experimentos de los que tuve conocimiento el primer curso. Da pánico pensar lo que los humanos somos capaces de hacer por obediencia ciega, sentirnos aceptados… o por amor.
Y es ahí donde quiero llegar. ¿Somos conscientes de que los niños y niñas son capaces de hacer “lo que haga falta” para no perder nuestro amor, nuestra atención? Si es necesario, incluso son capaces de “forzar” situaciones o conductas disruptivas por el hecho de llamar nuestra atención.
Es desagradable tener que vivir algunas situaciones conflictivas si bien debemos reconducirlas y transformarlas en situaciones de aprendizaje. Para mí es inaceptable que las criaturas actúen “de forma correcta” por miedo al castigo.
No voy a juzgar ni dar recetas para criar niñxs que obedezcan o se porten bien porque creo que lo importante es, en primer lugar, tener claros cuáles son los valores que queremos trasladar a nuestros hijos e hijas, qué tipo de padres o madres queremos ser (aceptando que somos suficientemente buenos) y establecer las normas y límites que para nosotros son fundamentales.
Una vez pensado, reflexionado y acordado esto (no solo con la pareja sino con el entorno con el que queremos compartir la crianza y convivencia), debemos ser conscientes del momento madurativo de cada peque para poder ajustarnos, recordando siempre que las reacciones pueden desagradarnos, ser inadecuadas o inaceptables, pero la persona no. Diferenciar lo que la persona es de lo que la persona hace.
No hacen falta sermones ni dejar responsabilidades en las criaturas a las que no les corresponde tomar decisiones, sino ajustarnos y ver qué es lo que a nosotros nos provoca esa reacción. Qué es lo que resuena dentro de nosotrxs mismxs nos ayudará a reaccionar y entender qué es lo que me está ocurriendo a mí para poder entender qué es lo que realmente está pasando.
Si uno de vuestros deseos es que vuestros hijos e hijas desarrollen su autonomía, autoconcepto, que tengan recursos propios para desenvolverse en el presente y aprender para el futuro, si queremos que sean personas asertivas, con los valores que para nosotros son importantes, debemos hacerles partícipes de forma progresiva de las consecuencias de sus actos.
La crianza respetuosa, para mí, comienza con el respeto a uno mismo. En ocasiones se confunde dejando total libertad y responsabilidad a las criaturas, que todavía no pueden decidir. Nuestro deber es acompañar y proponer desde una libertad ya limitada por nosotros que somos los adultos responsables. Es decir, hay límites que son inamovibles: “los dedos no se meten en el enchufe”. El límite lo pone la persona adulta responsable de la seguridad de la criatura. No vamos a permitir que experimenten lo que es electrocutarse.
Por tanto, nosotros debemos tener claros cuáles son nuestros límites respecto a nuestro cuerpo, por ejemplo. “Yo no quiero que me pegues”, “para mí es importante …”. Si en algún momento no se respeta la norma o límite, esto tendrá una consecuencia que tendremos que haber trasladado con anterioridad y tiene que ver con el propio hecho. No vale: “te quedas sin ver la tv”, o “te sientas y piensas en lo que has hecho”, por ejemplo. Eso es un castigo.
Si repiten la conducta inadecuada lo harán con mayor habilidad la próxima vez para no ser pillados. Si queremos que entiendan el por qué de las cosas debemos procurar acompañarles y de esa forma el día de mañana se convertirán en personas asertivas, algo que a muchos nos gustaría lograr.
¿Tú que quieres? ¿Niños y niñas obedientes o niñas y niños asertivxs?