Vaya por delante q no soy una Santa ni pretendo juzgar a nadie. Mi intención es ofrecer un momento de reflexión respecto a algunas conductas que en ocasiones provocan situaciones que tienen efecto negativo en las criaturas.
Pueden ser patrones aprendidos, cuestiones culturales/familiares, etc. Detectarlas puede ayudarnos a mejorar aquello que a nosotrxs nos dañó (seamos conscientes o no aún de ello).
Son numerosas las ocasiones en las que en parques, supermercados o por la calle, me atrapan situaciones y sin darme cuenta observo y escucho cómo se relacionan niños y niñas entre ellxs o con personas adultas.
Me remueve cuando paseando por el parque (lugar de disfrute para las criaturas) escucho comentarios mientras juegan y entran en relación como: «¿mala? Pues ahora sí que voy a ser mala» y veo cómo una persona se aleja de su hija sin prestarle la ayuda que necesita para subir a una tirolina. O que una persona adulta «jugando» con un niño al fútbol le diga «¡qué torpe!» porque el balón se cuele entre sus piernas.
No voy a enrollarme explicando el contexto de las frases porque en ningún caso tienen justificación. Ni siquiera para quienes se escudan en su experiencia personal diciendo que «ellxs no han salido tan mal», que no es para tanto o reaccionan quitándole importancia a los hechos porque «están jugando».
Primero: cuando jugamos con niños y niñas, jugamos con ellxs, no nos convertimos en un@ de ell@s. Este es el quid de la cuestión. Necesitan una persona adulta «equilibrada» capaz de regular sus emociones si en algún momento se desbordan.
Segundo: el lenguaje que utilizamos importa, y mucho. Somos el espejo en el que se reflejan y acabarán viendo aquello que les mostremos. Si decimos «eres torpe» o les hacemos sentir mal, ellos creerán que son torpes o malos. (En otra ocasión hablaré de las etiquetas y el mundo entre lo bueno y lo malo en el que parecen vivir algunas personas).
Tercero: nadie dijo que fuera fácil ser capaz de acompañar, escuchar y entender a cada peque sin sentir que nuestro niño o niña se pone en juego. Válido para padres, madres, familiares, educadores, profes y/o cualquier persona que se relacione con la infancia.
Ser capaz de distanciarse, reflexionar y crecer como l@s adult@s que nuestras criaturas necesitan es una tarea ardua pero muy satisfactoria (creo yo). De esta forma podremos aceptar quiénes somos, lo que nos remueve, y acoger a la criatura que tenemos delante. Si somos compasivos con nosotr@s mism@s podremos hacerlo con ellos brindándoles la oportunidad de crecer desarrollando una sana autoestima y autoconcepto, un apego seguro, un modelo de relación respetuoso o empatía, entre otras cosas.
Esto que para mí está tan presente en la relación con los peques, en ocasiones reconozco que me cuesta reproducirlo en las relaciones con personas adultas. ¿Por qué? Porque sale a flote «mi niña herida».
Todos tenemos una historia que no justifica nuestros actos, pero sí nos permite entender por qué reaccionamos de una forma concreta ante situaciones que nos afectan. Estar en contacto con la infancia nos permite aprender de estos grandes maestros … si decidimos cambiar la mirada.
Para ser respetuosos con los demás debemos serlo primero con nosotros mismos. Para ello es necesario parar, mirarse, buscar ayuda profesional si es necesario, porque el beneficio es para nosotr@s y para ell@s.
¿Tú que eliges? ¿Seguir con los patrones aprendidos o intentar reflexionar y crecer con ell@s? ¿Necesitas ayuda o acompañamiento para comenzar?
Contacta conmigo. “Soy Timón, no ancla. Tú eliges el destino y yo te acompaño en el camino”